Existe en cada ser vivo de este planeta, una inteligencia que le informa de lo que debe hacer para sobrevivir y encajar en su clan. Los insectos, los animales, las plantas saben cómo crecer y desarrollarse. Saben qué les conviene y qué deben evitar como lo sabemos nosotros. Esa inteligencia viene de serie como el aire acondicionado en los coches, y se va enriqueciendo, adormilando, estimulando u obviando, en el devenir de la vida de cada cual.
Nos sometemos o nos dejamos someter a multitud de estímulos a lo largo del tiempo que pasamos aquí, que nos condicionan, nos influyen y nos educan. CONSTANTEMENTE. Así se va modificando nuestro ser y nuestra capacidad de reaccionar a los mensajes que nos envía esa fuente de información de la que disponemos; y así nos sentimos inclinados a tomar unas decisiones u otras, y a diseñar nuestra forma de percibir las cosas y a las personas, y por tanto de modelar nuestra vida. El desarrollo de las capacidades intelectuales de cada uno, nada tiene que ver con esa inteligencia que sabe desde el principio amar, integrar, cuidarse, compartir y gozar.
Para aceptar este hecho tan simple, basta con observar el comportamiento de los niños y lo bien que se manejan entre ellos, avanzando y encontrando soluciones muy creativas a los conflictos o inconvenientes surgidos jugando. Es tan gratificante percatarse de esto, que siento oleadas de felicidad cada vez que los contemplo; después siempre sobreviene la tristeza que me produce contemplar, a los que dejaron ya de ser niños y abandonaron la dirección de sus vidas a los dictados que otro conocimiento aprendido a base de repeticiones, les dispensa.
Por supuesto la vida nos da la oportunidad de aprender cosas muy útiles, pero los años de colegio nos enseñan además de utilidades como son el respeto y el compañerismo, a acatar imposiciones de otros, a conformarnos con lo que nos dan, a soportar la rutina aburrida como algo natural, a aburrirnos sin más. Muchos salimos de la enseñanza obligatoria, deseosos de cambiar de gentes y enseñanzas, y empezamos a trabajar o nos metemos en la universidad o escuelas de diversas disciplinas, a estudiar como ya hemos aprendido a hacer, algo que nos satisface un poco más, o que creemos que nos satisfará. Aprendemos más que nada, que la sabiduría está fuera de nosotros, que son otros los que la comparten, y que debemos aprovecharla valorándola como el tesoro más preciado, que nos hará libres.
Sin duda, el conocimiento nos hace libres y la ignorancia ata y limita nuestros movimientos. Esto bien lo saben los líderes políticos y religiosos, y bien lo han aprendido a usar en función de sus propios intereses.
Lo que olvidamos a base de años de memorización de datos, es a que nos resulte difícil comprender que ya sabemos muchas cosas que nadie nos tiene que recordar, y que por supuesto todos y cada uno de nosotros, tiene la posibilidad de acceder a ese conocimiento en el momento que desee. Esta idea resulta igual de descabellada cuando hemos asimilado desde jovencitos, que nacemos sin saber nada, y sólo a fuerza del estudio de libros, lograremos hacer algo útil con nuestras vidas, que viene a ser ganar dinero y hacer ganar dinero.
La manifestación en nuestras vidas de esa capacidad de aguante que aprendemos en los años escolares, es el conformismo que elegimos como si fuera la única salida, ante trabajos agotadores y tediosos que pagan nuestras facturas pero no nos satisfacen, y por tanto nos aportan frustración; o relaciones tóxicas que nos mantienen angustiados, tristes, infelices o aburridos, que perpetuamos por la necesidad que nos creamos de otras personas, o porque nos aportan la seguridad que produce saber que otro depende de nosotros. Es decir, nos convertimos en unos mezquinos.
Los largos años de colegio nos hacen interiorizar la idea de que la solución está en el futuro, de que soportar la espera es la única opción que tenemos, porque sin duda es la única que tenemos cuando somos escolares, tal y como está montado el sistema educativo; pero no una vez terminado este período. El problema es que nuestra mente ya ha asimilado un patrón de pensamiento muy limitador, que ejecutamos sin darnos cuenta. Esperamos que la solución a nuestros quebraderos de cabeza, llegue en el futuro de la mano de una nueva relación sentimental, un nuevo trabajo, nuevos compañeros de oficina, nuevos amigos, nuevo vecino, nuevo gobierno, nuevo país…
Esperamos y mientras, culpamos de nuestro mal a los demás, a nuestro pasado o a lo que nos venga bien, y no queremos recordar que conocemos ya la solución, que sabemos qué hacer, que tenemos la forma de saber cómo salir de los atolladeros donde nos metemos o dejamos meter. Sin embargo también tenemos miedo de aceptar que nuestras vidas se transformarían radicalmente, perdiendo así el ilusorio poder que creemos tener. Hay un factor decisivo que pocos se atreven a valorar y menos a asimilar, y es que habituarse a vivir esperando se convierte en la forma de vida que sabe practicarse. Podemos imaginarnos millonarios, libres, trabajando en lo que nos gusta, amando y siendo amados por la persona deseada; pero en realidad no nos atrevemos a vivirlo pues creemos inconscientemente que no sabemos hacerlo. Por pura práctica, hemos aprendido a vivir de una forma determinada y no de otra, y ahí radica el mayor bloqueo que impide cambiar de una vida insatisfactoria a otra libre y plena, en la que las circunstancias vividas se ven como oportunidades para avanzar y crecer. Y no estoy hablando de tener varias cuentas en Suiza, pasar el día de vacaciones dedicados a beber cócteles.
Esto parece ofensivo y lo primero que apetece es decir:
“Yo sé perfectamente lo que me haría feliz, lo que pasa es que no tengo –dinero, tiempo, la oportunidad, etc.-“
La justificación la tenemos en la boca dispuesta a dispararla a bocajarro, a quien se atreve a ponernos la incómoda verdad delante. Mientras lo hagamos, no habrá posibilidad de permitirnos mejorar nuestra situación sentimental, laboral, económica o familiar. Así de fácil.
Pensamos, hablamos y actuamos como nos han enseñado a hacerlo creyendo que nadie nos incita a hacerlo así. ¡Es cierto! LA trampa está en que somos nosotros los que nos obligamos a hacerlo en función de cómo nos han dicho que se hace.
No hace falta que nadie nos diga cómo hacer el bien o el mal, cómo hablar con otra persona con cariño u odio, cómo aportar algo bueno o malo a la vida de alguien. Desde pequeños sabemos lo que es bueno y lo que es malo. Desde pequeños tenemos la capacidad de vivir la vida con creatividad. No necesitamos líderes políticos ni religiosos a los que dar nuestro poder y capacidad de decisión, ni a los que dedicar nuestros minutos.
Hay un templo y una oficina de trabajo dentro de cada uno, que hemos abandonado por otros templos y oficinas en el exterior, porque así nos han dicho que se vive la vida. El día tiene 24 horas para todo el mundo, y cada uno hace con ellas lo que elige. Dedicar algo de ese tiempo a buscar esos espacios de paz y sabiduría en el nuestro interior, para habituarse a visitarlos diariamente, permite comenzar a vivir la vida que realmente hemos venido a vivir y no la que creemos que nos hace felices si la comparamos con la de otros, que es el grave error que cometemos muchas veces cuando nos ponemos a pensar qué nos haría felices.