Querida sombra: Te escribo desde mi consciente…
Hay en cada uno de nosotros una parte que nos empeñamos en esconder tanto a nuestra conciencia como a los demás. Aprendemos a ocultarla desde que somos muy pequeños, gracias a que nuestros padres no se han hecho cargo de esa oscuridad en ellos mismos, y sin saber que lo hacen y cómo lo logran, la transmiten ciegamente a toda su descendencia, del mismo modo que sus padres hicieron con ellos. Así vivimos sin darnos cuenta, perpetuando generación tras generación, una serie de miedos e inseguridades que pasamos a nuestros hijos con la naturalidad que da el haber sido criados de esta forma tan poco consciente e irresponsable.
Luego resulta muy fácil decir acerca de un hijo: “Es que es igual de cabezota que su padre” o “eso lo ha sacado de mi suegra, que hace lo mismo” o el colmo de la inconsciencia: “¿De dónde habrás sacado ese carácter tan difícil si ni tu padre ni yo somos así?”
¡Somos estupendos mintiendo! Nuestros queridos padres y tiernos abuelitos nos enseñan la mejor forma de engañarnos a nosotros mismos, para lograr ocultar a la sociedad algo que sabemos que no es aceptado. Y lo aprendemos de una forma tan asimilada por el clan, y tan natural que ni nos damos cuenta de que nos convertimos en mentirosos. Más que nada, porque es fácil aceptar esas conductas cuando todo tu entorno familiar participa de ellas abierta e inconscientemente.
No me refiero a aprender a mentir en el sentido de decir algo contrario a la verdad, o inventar alguna historia para ocultar otra que no nos conviene que se sepa, a distraer la atención de alguien interesado en descubrir un asunto turbio cuya revelación nos perjudicaría.
Me refiero a que un niño aprenda a tener miedo de exponer su sensibilidad, a que otro imponga su voluntad sobre la de sus hermanas, a que una hermana pequeña se vea débil y aprenda a desestimarse a base de oír que los hermanos mayores saben más y lo hacen todo mejor, aunque los padres crean que así la estimulan; a olvidar que todos somos creativos por el simple hecho de pertenecer a una especie que ha usado la creatividad para llegar hasta aquí, a perder la confianza en uno mismo gracias a aceptar que sean los demás los que merecen o pueden alcanzar sus metas y no nosotros.
Existen muchas actitudes heredadas que explican muchos comportamientos destructivos, o al menos poco creativos. Todos nos mentimos porque todos tenemos un miedo ancestral metido en nuestro código genético, que es el de ser diferente y por ello, candidato a ser rechazado por el resto. Ese miedo es la base sobre la que descansan otros miedos, inseguridades o patologías psicológicas.
El miedo básico al rechazo, origina miedo al éxito, miedo al fracaso, miedo a que no nos quieran, miedo a no saber querer, miedo a quedarse solo, miedo al compromiso, miedo a la exposición pública, miedo al sexo opuesto, miedo al desarrollo de la sexualidad, miedo a ser honesto y franco, miedo a no valer, miedo a no llegar nunca a alcanzar nuestro sueño, miedo a no avanzar en la vida, miedo a perder oportunidades, miedo a ser padres, miedo a arriesgarse a hacer algo que nos apetece pero no es seguro a priori, miedo a la aventura, miedo a la intimidad, miedo a las creencias del país vecino, miedo a la muerte, etcétera. Cada uno de nosotros expresa el miedo ancestral a su manera, en función de lo aprendido desde pequeño, y de las circunstancias que vive. Así una persona con miedo al compromiso que vive en el campo, expresa ese miedo rechazando todas las propuestas de matrimonio que se le presentan, o se casa y no puede ser fiel a su pareja porque necesita liberar la presión que le crea el compromiso. Y una persona urbanita con el mismo miedo, además de tener muchas más oportunidades de contactos sexuales sin implicación emocional, y aprovecharlas para liberar la tensión psicológica que le produce su miedo, cambia de trabajo continuamente porque se siente coartado y manipulado en cualquier sitio.
Algunos seres iluminados fueron capaces de trascender esos miedos. Buda, Jesus, Paramahansa Yogananda entre otros; los demás tenemos la oportunidad de conocerlos y luego elegir no incluirlos en nuestra rutina diaria.
Esos miedos en su mayoría están ocultos a nuestros ojos. En ocasiones podemos conocer alguno y ser conscientes de cómo se manifiestan y limitan nuestra vida, aunque no sabemos qué hacer con ellos y terminamos aceptando que están ahí y listo, hecho que produce mucha frustración y ansiedad, pues deseamos dominarlos y que no sean ellos los que dirijan nuestras acciones, pensamientos y palabras, pero no lo logramos. En general, esos miedos están bien ocultos. Más que bien, están extremadamente bien camuflados porque hemos sido nosotros los encargados de hacerlo a base de años de práctica, así que acabamos hablando, pensando y actuando sin darnos cuenta de que en realidad lo hacemos en función de un miedo oculto.
Esto nos parece imposible y así nos lo decimos hasta creerlo, ya que aceptar que vivimos dominados por algo que hemos ocultado, además de no ser agradable, implica ser consciente de la mentira de vida que vivimos. Este y no otro es el paso más difícil a la hora de enfrentarse a los miedos; es decir, querer lograrlo, no el hecho en sí de encarar los miedos.
Una vez que el deseo de mejorar es superior a la propia incertidumbre que nos da el miedo, las cosas resultan muchísimo más fáciles de lo que pudiera haberse pensado, ya que esta es otra trampa autoimpuesta para evitar hacer el esfuerzo de desenmascarar lo oculto. Pensar que llevaría una vida entera hacer frente a eso tan feo que guardamos dentro, y que además implicaría hacer cambios vitales, después de haber pasado años trabajando en una dirección determinada. Las freses que solemos usar para ello son:
Nadie es perfecto. –Lo que equivale a decir: veo defectos en los demás así que acepto los míos sin preocuparme por ellos y espero que los demás también los acepten-
Todo el mundo tiene sus defectos.
Dirás tú que soy cotilla, pues anda que tú no mientes ni nada… -Justificamos nuestra sombra en función de la del prójimo-
Yo no valgo para el autoanálisis.
¡Ya tengo yo bastante con lo mío como para encima ponerme a buscar más porquería!
No tengo dinero para terapeutas ni tiempo para tonterías.
El mundo va fatal y yo no lo voy a cambiar así que no vale la pena.
Ya me trabajo yo los miedos que conozco y me cuesta mucho. ¡Cómo para ponerme a buscar los que no conozco!
Vencer el miedo al descubrimiento es el primer paso y el más difícil porque hemos llegado a la absurda conclusión de que cambiar es muy difícil, o imposible a secas. Digo absurda por que realmente lo es, pero como de esto no se da uno cuenta hasta que ha dado el paso del compromiso con el autodescubrimiento personal, no hay forma de intuir lo fácil que en realidad es dar el paso.