Vivimos inmersos en un mar de ocupaciones desde muy pequeños, empezando por las tareas del colegio, hasta llegar a los pagos de manutenciones e hipotecas. Es decir, nuestros días pasan uno tras otro, haciéndose cada vez más parecidos y menos estimulantes, mientras dedicamos nuestro esfuerzo en atender las responsabilidades que nos imponemos o nos creemos que alguien nos impone. La vida se pasa sin que muchos nos enteremos, o mejor dicho, enterándonos de lo que menos nos gusta de ella, porque es lo que más nos molesta en lo que tenemos tendencia a centrar nuestro pensamiento. Pensar en algo es simplemente una estrategia para crearlo, o mejorarlo en el caso de que no nos guste.
Me explico. Todos sabemos que el pensamiento es el origen de todo. Sin él no existe nada, porque para hablar y actuar es necesario pensar en ello antes, aunque el pensamiento ocupe una fracción ínfima de segundo, totalmente despreciable para nuestra mente, el pensamiento es lo primero que existe. Así creamos nuestra vida siendo más o menos conscientes de cómo lo hacemos; y en el caso de que algo no nos guste, el primer paso es ser consciente de eso, para poder modificarlo. El problema es que nos atascamos en pensar un pensar y volver a pensar en lo que nos disgusta, en lugar de utilizar ese esfuerzo para crear algo nuevo que sí sea de nuestro agrado.
En muchas ocasiones, las cosas que nos pasan, vemos, oímos o sentimos que nos provocan miedo, angustia, tristeza o desazón, acaban siendo ocultadas bajo capas de otras emociones que buscamos, con el único propósito de que no molesten. Desde niños vivimos situaciones que nos hacen sentir heridos por diferentes motivos, y para seguir adelante solemos guardar bajo llave esos sentimientos y recuerdos, creyendo que así se quedan controlados y desaparecen para siempre. Ahí empieza la mentira de nuestra vida.
Cuando algo de nuestra personalidad no nos gusta, nos lo ocultamos y así pretendemos ocultarlo a los demás por el temor que provoca imaginar que nuestros amigos, compañeros, familia o pareja nos rechazan al descubrir cómo somos. Es todo una paranoia personal, pues ese rechazo raramente se produce, pero el miedo domina los pensamientos, estos generan actitudes que a su vez originan la realidad de cada uno. En lugar de plantearnos un cambio de algún aspecto arraigado de nuestra persona, lo que nos decimos es que nos va salir mejor ocultarlo. Resulta un poco paradójico no optar por transformarnos, pero si se piensa un poco descubrimos que cambiar implica renunciar a esa parte, y renunciar a una parte íntima de lo que somos, nos da tanto miedo como renunciar a un brazo, por deforme y lleno de cicatrices que esté. Renunciar a una parte que conforma lo que somos, es antinatural y por ello optamos por ocultárnosla. La paradoja real está en considerarla nuestra pero al mismo tiempo rechazarla y tratar de que no exista. Para comprender esto, debemos remontarnos a la infancia, cuando no entendíamos por qué una parte de nosotros, causaba risa, mofa, insultos o rechazo en los demás; pero sin saber por qué ocurría eso, optábamos por ocultarla para evitar ser heridos. Esto es lo que aprendimos y ese es el patrón mental que seguimos de adultos.
La mentira está a la orden del día en nuestro tiempo, y es raro encontrar personas honestas con ellas mismas en primera instancia y por tanto, con los demás. Lo normal es encontrarnos con amigos, parejas, compañeros y familiares que en mayor o menor medida se esfuerzan en ocultarse cosas que intuyen dignas de ocultación, y de esta manera viven vidas que no les satisfacen plenamente, pero tratan de mostrar todo lo contrario a las personas con las que la comparten. Evidentemente todos nos podemos quejar de algo que no nos gusta, podemos manifestar abiertamente un desprecio que hacemos de alguna parte de nuestra personalidad que nos desagrada, y creer que somos honestos y francos con nosotros mismos y los demás. En el arte de mentirnos somos auténticos maestros. TODOS.
Sin embargo, hay pocas cosas más atractivas que las personas que buscan la verdad en ellos y la comparten con los demás. Hoy día la franqueza y honestidad, son tan extraordinariamente raras de ver, que cuando damos con individuos que basan su integridad en ellas, nos quedamos asombrados de que puedan vivir de esa forma. Sentimos a la vez una mezcla de admiración y envidia que nos deja noqueados.
La verdad es una opción de vida más fácil que la mentira, pero en nuestra psicosis creemos justo lo contrario y la menospreciamos convencidos de que es lo mejor que podemos hacer. La verdad es siempre más interesante y nos hace ser más interesantes a los ojos de los demás. SIEMPRE. La verdad es más fácil que la mentira y requiere que le dediquemos menos esfuerzo, de forma que podemos dedicar esa energía a otros menesteres que quedan desatendidos cuando elegimos vivir en una mentira. Mentir requiere grandes dosis de ganas, porque es más complicado ocultarnos algo y lograrlo, creyendo que así pierde su poder sobre nosotros; por mucho que vivamos con el piloto automático puesto las 24 horas, convencidos de que no nos engañamos y somos las personas más honestas y humildes del planeta, lo cierto es que no es así.
La verdad nos da algo que nos hace atractivos, de forma que atraemos personas a nosotros con las que podemos compartir nuestra vida. La mentira nos hace mezquinos a los ojos de los demás. Un secreto importante de conocer es que podemos mentirnos acerca de nosotros, pero eso no garantiza que los demás se crean nuestra mentira. Otro secreto es que no somos tontos, y las personas sabemos de forma intuitiva a quién acercarnos y de quién alejarnos. Llevamos milenios haciéndolo y no necesitamos ser conscientes de ello. Las personas que se mienten, buscan inconscientemente individuos similares porque son las que soportan la tensión mental y emocional de vivir de esa forma, y porque la presencia de mentirosos en el grupo al que se pertenecen, confirma lo correcto de la elección de esa forma de vida apoyada en la elección de la masa. Las personas que buscan su verdad y se enfrentan al miedo que les produce compartirla con el mundo, además de ser honestas y atractivas, viven rodeados de personas similares sin hacer mucho esfuerzo, porque es fácil quererse y respetarse a uno mismo cuando vives comprometido a no engañarte, y quererse es el primer paso que nos hace emplear nuestro tiempo y esfuerzo en hacer cosas que nos gustan, encontrando así personas que comparten aficiones parecidas.
La verdad os hará libres, cuenta Juan que dijo Jesús de Nazaret. Él se refería a un aspecto más grande de la espiritualidad, pero me pregunto si no es el comienzo de la comprensión que Jesús, Buda o Krisna tenían del Espíritu, lo de querer no mentirse a uno mismo optando por la búsqueda de la verdad de cada uno, para compartirla con la Humanidad sin miedo. Ofreciendo al mundo la integridad de vivir de forma coherente en la que sentimientos, emociones, pensamientos, palabras, acciones, miedos y anhelos se manifiestan sin querer imponerse unos sobre otros, en el intento de controlar la situación que se vive o a las personas que están cerca.
El horizonte de vida que se extiende ante nosotros cuando somos sinceros, es infinitamente más atractivo, estimulante y amplio que el que vislumbramos cuando nuestra vida y obra están construidas sobre la ocultación de algo que hemos considerado que nos convenía esconder. Ponerse frente a uno u otro es una sencilla elección que se hace cada día de nuestra existencia, cada minuto de nuestro día. Al principio cuesta cambiar la inercia adquirida tras años de piloto automático, pero es cuestión de compromiso con uno mismo y ejercicio consciente. Lo bueno de las inercias es que se cambian en el momento que queremos.