Conocerse a uno mismo de manera completa supone vivir de una forma mucho más satisfactoria. Así, sin más.
Experimentar la vida y todas las posibilidades que implica que nos lata el corazón dentro del pecho, es algo que parece estar disponible sólo para unos pocos privilegiados. Me refiero a utilizar nuestros talentos y habilidades para ofrecer a los demás un servicio y recibir dinero a cambio, es decir, trabajar en lo que te gusta y satisface, no por el dinero que se recibe sino por el placer de dedicarse a ello.
A tener una pareja con la que desarrollar una relación sana y libre, o sea, no basada en la necesidad de sentirse amado y necesitado por otro, que comparte contigo de forma inconsciente los mismos miedos que uno se oculta; sino una historia de amor sincero, comprometido y limpio de inseguridades.
A gozar de una vida social enriquecedora y estimulante. Esto no sólo significa poder pasar todo el día de vinos u organizar cenas todas las semanas para reír y pasarlo bien, se trata más bien de compartir con otras personas, ratos de risas o llantos, en los que el crecimiento y la evolución de cada uno vayan de la mano guiando la amistad, sin dejar que el puro acompañamiento mutuo sea la oportunidad para criticar, quejarse, malmeter, reprochar, etcétera.
A saber reservarse un rato todos los días de soledad para meditar, dedicarse a cualquier afición constructiva, o simplemente para contemplar cómo crecen las plantas sin hacer nada más.
A saber comprender y aceptar que todos estamos aquí aprendiendo, y cada uno se marca su ritmo para ello, respetando por encima de nuestros deseos y necesidades, el tempo que eligen los demás.
A saber acompañar cuando nuestra presencia aporta lo que los otros necesitan, y a saber retirarse o alejarse de alguien, cuando nuestra presencia entorpece la evolución de ese ser.
A reconocer los propios miedos e inseguridades, y saber cómo controlar su expresión en nuestra vida cotidiana. Evitando así que su proyección inconsciente en otras personas, y dificulten el desarrollo de vínculos afectivos saludables.
A saber hacer frente a situaciones difíciles o tristes, en las que con mucha facilidad surge en primera instancia el deseo de expresar odio, rencor, enfado, envidia, mentira, angustia, desesperación, etcétera; comprendiendo primero esas emociones, para controlarlas después al saber que su expresión sólo acarrea más de lo mismo. Y que repartirlas entre las personas cercanas, implica liberar egoístamente cierta tensión sí, y dejar a nuestros amigos o familiares cargados con parte de nuestra mezquindad, también.
No he encontrado mejor uso que dar a mi capacidad racional, que este. Entender mi parte emocional ya sea creativa o destructiva, integrarla en mi ser acogiéndola con respeto, y saber dejar salir fuera lo que puede aportar algo positivo a los demás; aniquilando la parte negativa comprendiendo que no es real, sino fruto de mi percepción personal, evitando su manifestación y exposición ante los que me rodean, en forma de insultos, agresiones, ofensas, ataques, quejas, críticas, etc, etc, etc.
Vamos, que es adictivo vivir en un estado emocional equilibrado gracias a saber lo que somos en toda nuestra complejidad, no a trozos según parezcan atractivos o no en función de lo que hemos aprendido que es aceptado y rechazado por esta sociedad a la que pertenecemos. Esto no significa de ninguna manera, esforzarse por ser un témpano de hielo ante determinados acontecimientos o individuos, para así proteger nuestras emociones. ¡Todo lo contrario! El ego existe e incita a reproducir conductas defensivas o agresivas, según le convenga o sepa, pero debemos saber escuchar esa parte aterrada y agresiva de nuestro ser, aceptarla y comprender de dónde viene su miedo para entonces, usar la razón y elegir otras opciones más creativas, sin necesitar liberar nuestros fantasmas ni obligarnos a tragarlos para que nos provoquen con el tiempo una indigestión que se manifieste en forma de depresión, neuralgia, cáncer o cualquier tipo de dolencia.
En resumen. Conocer cuales son nuestras capacidades y talentos, así como nuestros miedos, carencias e inseguridades y ser capaces de ver cómo aquellas son ensombrecidas por estos, nos da la oportunidad de iluminar esa sombra, quitarle el poder de incordiarnos y sacar brillo a los dones que podemos usar para poner al servicio de la Humanidad.
No hay mayor paz que la derivada de detener la guerra interior entre estos dos aspectos de nuestra personalidad. Una vez alcanzado este estado de equilibrio y unidad, la paz entre personas, pueblos y países es inevitable.